Ayer asistí a un taller para profesionales del ámbito de la educación en las que nos daban herramientas para trabajar con adolescentes. El taller fue impartido por Andréia Medeiras, terapeuta que trabaja con Claudio Naranjo en el excelente programa de adolescentes con calidad de vida.
Lo que me maravilló e impresionó por su eficacia y profundidad, fue un ejercicio de constelaciones familiares. El ejercicio se hacía en tríos para poder ejercer los roles de padre, madre y adolescente. Lo hice con dos personas que no conocía de nada, ni tan siquiera sabía sus nombres. Una persona hacía de adolescente, y los otras dos de padre y madre. En el ejercicio no se podía hablar, sólo la persona que hacía de adolescente tenía que contar cómo se sentía cuando tenía 14 o 15 años.
Contó entre lágrimas lo mal que se sentía en esa época de su vida. Que hacía todo lo imposible para ser aceptada por su madre: Portarse bien, ser muy estudiosa, jugar muy bien a basket…pero que nunca conseguía el amor de su madre. No se sentía ni aceptada ni reconocida. Consiguientemente las otras dos personas tomamos el rol de padre/madre elegido por la persona que hacía de joven la cual decidió que yo tomara el rol de padre.
Para hacer el ejercicio nos teníamos que mirar sin juicio y seguir nuestro instinto y nuestras emociones. Pude ver las profundidades de su alma, el sufrimiento que llevaba encima de años y años. Sus lágrimas hacían que brotasen también las mías. No sé muy bien porqué me venía todo el rato a la mente, «no seas tan dura contigo». Intuí que la relación que tuvo con su madre le hacía ser muy dura consigo misma. Pude contemplar y sentir todo ese dolor de su alma, y también después su inmensa luz.
Se fue acercando a mí hasta que nos abrazamos y se puso a llorar desconsoladamente en mi hombro. Después pasó a mirar a la persona que hacía el rol de madre, y cuando ésta se acercó y la acarició, se le empezó a dulcificar la cara poco a poco.
Estuvimos así casi dos horas haciendo el ejercicio. Me gustó la lentitud con la que se hizo todo. Para conectar con el alma hay que ir muy despacio para poder tener mucha presencia y poder estar con una actitud muy abierta y muy disponible.
Al final la persona que hacía de adolescente, tenía una mirada dulce y radiante. Estaba tumbada en el suelo y sus padres del momento le dábamos cariño. Ahora sus ojos irradiaban serenidad y luz, y no pude evitar decirle: ¡Qué bonito eres!. El dijo: «Esto es la guinda»!, y es que como dijo Andréia, no hay mayor droga que el amor.
Todo esto me ha hecho pensar que tengo que seguir con más impulso y eficacia mi proyecto de formar coaches para jóvenes y familias. Los jóvenes que no se sienten queridos, pueden tener grandes heridas de adultos, y esas heridas pueden provocar mucho sufrimiento e incapacidad.
Nuestro método de coaching para jóvenes creado por Carles Ventura y por Lourdes Bouton puede ayudar prevenir ese sufrimiento. Podemos ayudar a crear un ambiente nutritivo en las familias en dónde los jóvenes puedan sentirse queridos, reconocidos y que sus padres además de quererles confíen y crean en ellos.