El auge de internet y las redes sociales han provocado muchos cambios sociales, eso hace que muchos padres se sientan perdidos a la hora de educar a sus hijos, y que algunos opten por sobre protegerlos, no siendo muy conscientes de las consecuencias que ello genera. Mi experiencia como coach de jóvenes y familias me dice que sobre proteger es nefasto, ya que impide que desarrollen el ilimitado potencial que tienen. Valores tan importantes para tener una calidad de vida como la responsabilidad y el compromiso, no se desarrollan, ya que los padres los protegen del esfuerzo y del fracaso. Estos jóvenes están acostumbrados a que sus padres les resuelvan los problemas e incluso pueden llegar a defenderles y tapar las irresponsabilidades de sus hijos. Suele suceder también que estos jóvenes se desentiendan de las tareas que les corresponden, como por ejemplo: ponerse el despertador, ir al colegio solos, estudiar, responsabilizarse de su agenda y un largo etc.
Esta sobre protección que algunos padres hacen con la mejor intención, hace difícil que los hijos se responsabilicen de sus actos. Y a la larga, el joven podría meterse en problemas serios.
Los niños, desde muy pequeños intentan salirse con la suya. Es algo natural para crear su personalidad. Imaginemos que un niño de ocho años monta una pataleta porque no le compramos un coche que vio en un escaparate. No cedemos ante la rabieta, y nos dice: «Si no me lo compras es que no me quieres». Si nos dejamos llevar por «el me da pena» o el «no me va a querer» y compramos el juguete, nos estamos dejando manipular. Si no paramos esa conducta, aprenderá que manipulando puede conseguir lo que quiera. Y lo que es peor, utilizarán esta táctica para conseguir sus fines en la vida. Y puede que de joven nos amenace que se va de casa, o romper una puerta o cualquier otra amenaza por no darle dinero o atender otras demandas.
Esas dinámicas de manipulación o juegos de poder, provocan mucho sufrimiento en las familias, por eso hay que pararlas. Para que nuestros hijos sean personas de bien y responsables, tienen que aprender que ciertos comportamientos no los vamos a tolerar. Vamos a poner límites claros y firmes, vamos a poner una barrera para que ese camino no lo elijan y aprendan a relacionarse de forma asertiva, madura y responsabilizarse de sus actos.
El problema de la sobre protección viene por no poner límites. Por eso, poner límites coherentes es un acto de amor. Les estamos ayudando a encontrar una forma útil, responsable y madura de relacionarse con el mundo. Les estamos cerrando una puerta para que siga por su camino y no se pierda en lo que podría ser un laberinto. Además, si no ponemos límites, les dejamos a ellos toda la responsabilidad de sus vidas y es como si no tuvieran padres. Aunque algunos hijos deseen salirse con la suya y lo consigan, les provoca ansiedad ya que no tienen la edad para ello.
En las sesiones de coaching a jóvenes me he encontrado con jóvenes que me han dicho que han echado de menos que les pusieran límites en su casa. Siempre me acordaré de un joven de 14 años muy talentoso que me dijo: «Me he hecho con el poder de la casa». También de una joven con muchos problemas de dependencia emocional a la que su padre le hacía siempre todos los deberes de la escuela.
Los hijo sobre protegidos no están acostumbrados a esforzarse y algunos nos se atreven casi a hablar, otros tiene que ir siempre con los padres a todos sitios, otros salen poco de casa, otros se pasan el día jugando a videos de ordenador. No hay nadie que les diga. ¡¡¡STOP!!!. Suelen ser muy dependientes de los padres en todo. Viven en una especia de burbuja que al final puede ser como una cárcel que no les deja desarrollar el increíble potencial que tienen.
Poner límites no es estar todo el día detrás de nuestro hijo diciéndole lo que tiene que hacer. Ni obsesionarse con que haga la cama cada día. Ni enfadarse con él. Poner límites coherentes a tu hijo es una acto de amor. Es protegerle de los peligros y alejarle de las conductas manipuladoras. Y eso en un futuro va a hacer que sea una persona responsable, comprometida y positiva. Poner límites es utilizar el poder que tenemos como padres para marcar un límite, para poner una barrera invisible a un lugar donde no se debe ir, ya que podría ser perjudicial para nuestro hijo u otros. Poner límites no tiene nada que ver con culpar o criticar. Ponemos límites para que el adolescente aprenda a respetar a las personas, a distinguir lo que está bien de lo que está mal, para prevenir de los posibles riesgos, de las adicciones y de los comportamientos delictivos. Los límites les enseñarán a tener buenos hábitos educativos y a adquirir unos valores que serán para toda la vida, con los que podrán construir relaciones basadas en la confianza y en el respeto.
Para poner límites utilizamos la energía de la rabia colada por un filtro aséptico, para no atacar al ser y que no haya crítica negativa. Lo haremos con mucha firmeza y seguridad. Imaginemos que tu hijo coge un mechero y va a encender una cortina. ¿Qué tienes que hacer?. Un no rotundo y sin muchas más explicaciones. Esa es la energía de poner límites. Simple y firme para parar un camino que le puede hacer daño a él y a otras personas.
Poner límites no es difícil si hay sólidos vínculos afectivos formados. Si el vínculo afectivo se ha deteriorado, lo primero que tenemos que hacer es recuperarlo. Si los hijos confían en sus padres aunque se quejen, habrán negociaciones y acabarán admitiendo los límites.